lunes, 17 de noviembre de 2008

Una estación de ferrocarril

¿Te acuerdas de la primera vez que viajaste en tren? Hace unos días en clase pregunté cuántos no habían viajado en tren; en principio parecería una pregunta absurda, pues seguro que todos habían viajado en tren en alguna ocasión; resultó una sorpresa ver cómo 4 ó 5 alumnos, no recuerdo si de 3º o 4º de Secundaria, levantaban la mano. Entonces se me ocurrió que sería un buen tema para trabajar con mis alumnos de 2º de bachillerato. Pues bien, ahí tenéis el planteamiento. Sentaos y escribid un relato donde la estación sea el motivo central. Muchas historias han tenido su final de trayecto en una de estas preciosas estaciones; algunos recuerdan esa estación pequeñita donde nunca había viajeros; otros esas grandes instalaciones donde no se sabe hacia dónde se debe dirigir uno para salir a la calle, donde todos van y vienen, todo es un trasiego continuo; otros recuerdan esas últimas estaciones de frontera donde acababa España y empezaba un mundo desconocido pero al que tenía que asomarse por necesidad.

Recordemos un fragmento de Azorín en su artículo Los ferrocarriles perteneciente a su libro Castilla : "Tienen poesía esas otras estaciones cercanas a viejas ciudades, a las que en las tardes del domingo, durante el crepúsculo, salen a pasear las muchachas y van devaneando lentamente a lo largo del andén, cogidas de los brazos, escudriñando curiosamente la gente de los coches. Tiene, en fin, poesía, la llegada del tren, allá de madrugada, a una estación de capital de provincia; pasado el primer momento del arribo, acomodados los viajeros que esperaban, el silencio, un profundo silencio, ha tornado a hacerse en la estación; se escucha el resoplar de la locomotora; suena una larga voz; el tren se pone otra vez en marcha; y allá a lo lejos, en la oscuridad de la noche, en estas horas densas, profundas, de la madrugada, se columbra el parpadeo tenue, misterioso, de las lucecitas que brillan en la ciudad dormida....."

Te proponemos que recrees el ambiente de alguna de esas estaciones. Puedes ampliar la propuesta y contar una historia en la que el marco sea el espacio al que nos referimos. Seguro que triunfas. Ánimo.

1 comentario:

María Hernández dijo...

Estaba agotado, cansado de la vida, necesitaba libertad, alejarse de las presiones de la vida cotidiana poder ser él mismo sin más, aspiraba a no tener que vivir en función de los deseos y pensamientos de los demás, estaba saturado. Un día decidió dejarlo todo abandonarlo en busca de una nueva vida que le aportara algo más que meros placeres materiales. Abandonó su trabajo, su familia, se quedó sin nada pero al mismo tiempo se había liberado de las ataduras que durante tanto tiempo habían formado una parte muy importante de su vida. Por primera vez estaba a gusto consigo mismo aunque un poco desconcertado. De un día para otro había cambiado del todo sus costumbres.

El primer día estuvo vagando por las calles de su ciudad durante algún tiempo, aunque no sabría decir cuanto, en ese momento el tiempo no corría para él. Las calles estaban abarrotadas de gente que entraba y salía de tiendas, de autobuses, que cruzaban las miradas entre sí, sin detenerse en ningún momento, se movían muy rápido. Contemplaba todo el trasiego, nunca hasta este momento se había fijado en lo agobiante que le resultaba todo aquello, el mismo había sido así hasta el día anterior, era hora de un cambio, un giro a su vida, su cabeza no dejaba de pensar, saltaba de una idea a otra seguía andando, aturdido, caminando sin parar como si estuviese huyendo de algo, quizás huyendo de su pasado, continuó andando, de pronto se detuvo, miró a su alrededor, le rodeaba un paisaje desolado, no había grandes torres ni humaredas de coches entorno a él, se respiraba tranquilidad, había salido de la ciudad y ya estaba totalmente oscuro, miró el reloj, era muy tarde, solo le iluminaban dos o tres farolas que se encontraban frente a él y que mostraban la entrada a un edificio, que parecía antiguo y desolado, miró más detenidamente, en el cartel que estaba frente a él y leyó, estación de ferrocarril.

No recordaba haber estado nunca en aquel sitio pero estaba cansado y no se veía en disposición de continuar con la marcha, quien sabe si lo haría al día siguiente, de momento pasaría allí la noche. Llegó a los andenes que a esas horas ya se encontraban solitarios y silenciosos, no se oía nada, ni el viento, era una noche fría, en ese momento le pareció un lugar abandonado, le gustó esta sensación, se sintió seguro, no había nadie que pudiera interrumpir este momento. Era el único que estaba disfrutando de esa agradable soledad.
Se paró y contempló un banco, perfecto para pasar allí la noche, se tumbó en él, comenzó a sentir el frío, ya llegaba el invierno, se incorporó un momento para coger la manta que había guardado en su mochila, en la que se había preparado lo necesario para poder sobrevivir unos días, echó un nuevo vistazo a su alrededor y, al comprobar que todo seguía igual, se recostó y entornó los ojos, la soledad y oscuridad de la estación se trasladó a su mente reproduciendo todo lo que había contemplado momentos antes.
Pese a esta tranquilidad aún no se podía dormir, las dudas comenzaron a saltar a sus pensamientos ¿Era esa la clase de vida que realmente quería? Buscaba explicaciones a su comportamiento, y sobre todo buscaba una seguridad en el futuro que era incapaz de encontrar, pasó la noche dándole vueltas a la cabeza, sin poder dormir más de veinte minutos seguidos.
Aún no había amanecido pero se despertó sobresaltado de uno de sus breves sueños, situó el ruido que lo había interrumpido, provenía de un tren que a lo lejos se iba aproximando, reduciendo cada vez más su velocidad hasta detenerse por completo frente a su banco. Se incorporó, aún con los músculos entumecidos por el frío de la noche y contempló la llegada del tren.
Nunca se había planteado todo el proceso que se debe seguir para poner en marcha un aparato como este, aquello que en otro momento incluso había despreciado ahora lo veía como algo admirable, todo el trabajo necesario par construir todo lo que le rodeaba.

Comenzó a bajar gente, muchas de aquellas personas que aparecían por las puertas, con cara de sueño y un poco despistadas, otras ajetreadas, que iban correteando por los andenes de un lado para otro, se fijó en un hombre en especial, alguien que le recordó a él mismo en su vida pasada, tenía el semblante serio, desganado, ojeras, llevaba un traje de chaqueta impecable y en su mano un maletín que parecía portar algo muy importante ya que lo protegía como protegería a su bien más preciado. Al observarlo pudo imaginarse que era una de esas personas adictas al trabajo que, al igual que él lo había sido, se refugian en él viviendo de forma estructurada y monótona para no tener que enfrentarse a sus propios problema que un día, tarde o temprano, acaban por salir a la luz y en ese momento se desmoronaba esta monotonía.
Conocía demasiado bien esa vida para poder criticarla, era la que había llevado hasta el momento en el que decidió dejarlo todo por esta nueva vida, de la cual aún no sabía si sacaría algo positivo.

Echó otro vistazo, el tren ya se había ido, miró otra vez el reloj, comenzaba a amanecer, quería quitarse la costumbre de intentar controlar el tiempo pero desde su primer reloj siempre contaba todos los acontecimientos de su vida según los segundo minutos y horas en los que transcurrían.

Volvió a mirar a su alrededor, conforme salía el sol incrementaba el número de personas que vagaban por el andén, la estación se presentaba de forma muy distinta a la imagen que recordaba de la noche anterior y que había guardado en su mente, esa imagen de tranquilidad se había convertido en algo frío, como si la noche la hubiese transformado, ahora estaba rodeado de ruido que provenía de todas partes, pero de ninguna en concreto, era un ruido constante e incomodo que contrastaba con el silencio que él tanto anhelaba.
Llegaban y salían trenes cual de ellos más rápido que el anterior, a cada uno le precedía un tumulto de personas abarrotando el andén, impacientes por entrar o salir. Ni siquiera cuando no había movimiento de trenes se respiraba tranquilidad. Todo esto le producía inquietud.

Contemplar todo ese movimiento y ajetreo no le aclaró las ideas, pero si pudo tener una cosa clara, no quería volver a su vida de antes para volver una de tantas personas que son incapaces de detenerse, respirar y disfrutar por un momento de la vida. No quería volver a ese grupo que formaban una gran parte de la sociedad, quería ser especial.

El día pasó rápido entre idas y venidas de gente y trenes, ruidos, gritos, pero pese a todo esto ya había llegado la calma, conforme iba oscureciendo fue desapareciendo progresivamente la gente hasta que, sin tener que mirar el reloj, se fijó en lo tarde que era, estaba ya oscuro, esa noche volvería a dormir allí, la estación estaba tal y como la recordaba la noche anterior, todo en su sitio como si un hubiese pasado nadie por allí en años, pero él había visto las dos caras, y, prefería la soledad de la noche, volvió al banco de la noche anterior que ya había adoptado como suyo, hacía frío, se acostó, contempló la estación vacía, entornó los ojos, podía ver la estación, igual que la noche anterior, y recorrerla con la mente, sabía lo que haría esa noche pero nada más y tampoco se lo preguntaba, estaba feliz, había conseguido desconectar, ya no le asaltaban los pensamientos, había sido un día agotador. Llegó el momento, cerró los ojos el frío le envolvía y rodeado de aquel tranquilizante lugar se durmió, con la certeza de que al día siguiente no despertaría.