domingo, 21 de diciembre de 2008

¿Qué hacemos con los mayores?

Hace unos días acabé de leer un libro de Javier Imbroda, entrenador de baloncesto, magnífico entrenador y maravillosa persona, siempre dispuesta a dedicarte algunos minutos. En ese libro hace algunas reflexiones que creo que me vienen muy bien para el tema que vamos a tratar, así que abusando un poco de su generosidad reproduzco tres párrafos de su libro.
“Si hasta hace nada nuestros mayores han sido un referente claro en nuestras vidas y un pozo de sabiduría y cúmulo de experiencias de incalculable valor, ¿por qué no nos pertenecen? ¿por qué pertenecen a las residencias y no a las familias?
Para muchos, esta vida acelerada es una coartada perfecta para desentenderse de sus mayores, unos mayores que en su día lucharon por cuidarlos y sacarlos adelante, y si tuvieras alguna cuenta pendiente que saldar con tus padres por la razón que fuere, no olvides que tus hijos seguirán tu ejemplo, ellos son un producto de los padres. Una sociedad o familia que no cuida de sus niños ni de sus mayores no merece ser respetada.
Quisiera tener la sensibilidad suficiente o necesaria para poderles explicar a mis hijos la importancia que tiene cuidar de tus mayores, explicarles que siempre debemos tener un tiempo para ellos.”
Así, pensando y pensando en el tema, mi mente quedó completamente en blanco y de pronto me encontré ……………………………………
Era un domingo, lo recuerdo perfectamente, por la tarde. Una de esas tardes que nos encontrábamos en un descampado jugando en la cabina de un camión abandonado; muy cerca había un taller mecánico. Tres mocosos, dándole a la palanca de cambio del camión, girando el volante y haciendo ruido con la boca. Todos queríamos ser el piloto, pero sólo el más persuasivo conseguía mantenerse al volante; no había peleas, no había disputas. Yo quería conducir pero me convencían siempre, el miedo a que no me “ajuntaran” podía mucho más que el ser piloto. Estábamos de viaje, pero una chica joven se acercó al camión y me llamó para que fuera a casa. Todavía era de día y a la puerta de mi casa había muchas personas. Me llevaron a una habitación y, no recuerdo bien, me parece que fue mi madre quien intentaba decirme que mi abuela había muerto. Se supone que debió ser un choque para mí, pero realmente no logro traer al presente ese momento. Lo que si ha quedado y de manera diáfana es la figura de mi abuela paterna. Murió en la cama de una habitación de mi casa, como era normal en aquellos tiempos, rodeada de su familia.
Me gustaría evocar aquí y ahora a mi severa y querida abuela, de su genio y su carácter podrían dar fe mi padre y mi madre, pero hoy no toca, os prometo hacerlo otro día.
Mi padre, El Tío de la Pipa, quiso dejarnos un domingo como su madre; también murió en su casa, cuidado por sus tres hijos durante cinco años. Los mayores siempre han representado en nuestra cultura la sabiduría, la paciencia, el cariño; han sido un ejemplo clarísimo para las generaciones venideras, por eso tenían que estar junto a nosotros. No se concebía una casa sin abuelos ¡Cuánto conocían! Nunca podré olvidar, en las tardes de invierno junto al fuego de la chimenea, las historias que nos contaba El Tío Pepe el Cajas (abuelo de un vecino) y cómo lo cogíamos de la mano y nos lo llevábamos para que nos contara cuentos, era nuestra televisión, con él hablando ningún niño daba guerra.
Pero el tiempo es implacable, ahora no escucho yo esas historias, sino que soy yo el que las cuenta. Sin darme cuenta me he plantado en el grupo de los mayores; estando siempre con jóvenes es difícil percibir que uno se va haciendo mayor.
Pero hoy, ¿Qué hacemos con los mayores? Os invito a que de nuevo toméis el lápiz y me sorprendáis. Contad una historia en la dirección que os apetezca. Seguro que encontraréis el camino.

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